Ana Esther González González
La Laguna 01 Febrero de 2007
BAJO EL MISMO COMPÁS
Que no te asusten las cicatrices de la piel, unos muestran por fuera los que otros llevamos por dentro.
También el dolor y los errores nos hacen crecer. Pensar por uno, por dos, por tres, dar, compartir, perder, ganar, olvidar, recordar, buscar, encontrar, ver, mirar, hablar, escuchar, arriesgar, madurar: tantas cosas hay que nos hacen crecer, tantas que muchas veces no las vemos venir y pasar. Y pasan, sin más pena ni gloria, pasan y no conseguimos crecer.
No te pares a ver, párate a mirar, no te pares a oír, párate y ponte a escuchar, no te pares a hablar, párate a dialogar. Mira, escucha y dialoga.
Aquí estoy, sentada en una cafetería llena de gente, cada cual con mil historias que decir y que contar. Y resulta que nadie se escucha, nadie se percata de nadie. Las historias se mezclan con la música que suena en el local.
De cuando en cuando, algunos se paran a escuchar la canción que suena y entonces se produce la chispa, en ese momento, dos, tres, cuatro personas o quizás más coinciden en algo. En ese instante, sólo en ese instante, por cuestión de segundos, a esas personas les une lo mismo, casi el mismo impulso, el mismo sentimiento.
La magia de que a más de dos completos desconocidos les mueva lo mismo.
Pasado los minutos todos vuelven a su historia, pero ahora ambos relatos están unidos por los mismos compases, los mismos sonidos.
Se sientan, se levantan, se mezclan y siguen sin saber uno del otro; son los mismos desconocidos, sin percatarse que ahora se conocen un poco mas, y sin saberlo. Quizás no se vuelvan a cruzar en el resto de sus vidas.
Pero en ese instante todos formaron parte del resto de ellos. ¡Que curioso! Quizás tu estuvieras ahí, quizás estuviera yo, quizás algún día nos vuelva a unir los tonos de alguna canción bajo el humo denso y el aroma a café, chocolate y licor; quizás hasta en el mismo lugar con otros humos, otras gentes, otros sonidos.
Posiblemente aún no sepa que estás, ni tu sepas que yo existo, pero ahí estás, estoy y están. Miras y todos son rostros sin nombres, sombras sin personalidad, sin sentido ni edad.
Seres con problemas propios, tonterías para los demás, banalidades para unos, proezas y luchas para otros.
Quince o veinte entes compartiendo compañía o quizás la soledad. Hablando con dureza, con tristeza, con alegría, o sólo hablando por hablar.
Gentes que no supieron, que en cuestión de dos minutos formaron parte de la vida de los demás al sentir en esos instantes las mismas sensaciones juntos, a todos nos unió las mismas notas.
Y ante tantas personas, tantas almas, tantos corazones, lo realmente milagroso es que muchas de ellas están solas. Y cuando nos encontramos solos, realmente solos frente a nosotros mismos, lo único que puede salvarnos es la esperanza.
La esperanza y la creencia en nosotros, la fe en lo que somos y en lo que podemos dar y aportar a los demás y al mundo, sí, al mundo, porque aunque seamos, o nos sintamos una gota de agua en un inmenso océano, formamos parte de él, compartimos su sal, su calma, su furia, su belleza, somos esa lágrima que queda en la roca, esa que atrapa la piel del que en él se baña.
Somos una molécula en un mar de gentes, en una ola de multitudes, en océanos con bonanza, en espuma cándida rompiendo en los arrecifes, somos la esencia del agua, la tierra del pescador.
Somos la orilla del río, la cascada del monte, el arroyo donde pescar, somos la naturaleza de las nubes, el presente de la nieve, el futuro del glaciar y el pasado del vapor.
Hoy aquí, bajo el mismo techo, bajo el cielo de este bar, sentimos al compás los sonidos de iguales melodías, nos dejamos columpiar, como lo hacen todas las olas bajo el hechizo de la misma luna.
Entonces descubriremos que no estamos solos, que estas paredes guardan historias en silencio, pero historias del mismo mundo en el que te resguardas, parecidas o iguales a las tuyas, quizás en algunas estás tú sin saberlo, porque en sí, en esencia eres parte de mucha gente, de más gente de la puedas pensar.
Eres el pasado de unas, el presente de más de las que adivinas y el futuro de quien aunque ahora solo te mira, algún día romperá su ola y la naturaleza hará que no haya otra playa sino en la que está tu orilla.
Entonces su mar será tu mar, su espuma tu espuma, su sal será tu sal, su arrecife tu coral, serán lo que siempre han sido y que les faltaba encontrar, estaban en la misma playa, en el mismo mundo y bajo el mismo compás.
Les separaba la arena, esa, que hoy les ha vuelto a juntar.
La Laguna 01 Febrero de 2007
BAJO EL MISMO COMPÁS
Que no te asusten las cicatrices de la piel, unos muestran por fuera los que otros llevamos por dentro.
También el dolor y los errores nos hacen crecer. Pensar por uno, por dos, por tres, dar, compartir, perder, ganar, olvidar, recordar, buscar, encontrar, ver, mirar, hablar, escuchar, arriesgar, madurar: tantas cosas hay que nos hacen crecer, tantas que muchas veces no las vemos venir y pasar. Y pasan, sin más pena ni gloria, pasan y no conseguimos crecer.
No te pares a ver, párate a mirar, no te pares a oír, párate y ponte a escuchar, no te pares a hablar, párate a dialogar. Mira, escucha y dialoga.
Aquí estoy, sentada en una cafetería llena de gente, cada cual con mil historias que decir y que contar. Y resulta que nadie se escucha, nadie se percata de nadie. Las historias se mezclan con la música que suena en el local.
De cuando en cuando, algunos se paran a escuchar la canción que suena y entonces se produce la chispa, en ese momento, dos, tres, cuatro personas o quizás más coinciden en algo. En ese instante, sólo en ese instante, por cuestión de segundos, a esas personas les une lo mismo, casi el mismo impulso, el mismo sentimiento.
La magia de que a más de dos completos desconocidos les mueva lo mismo.
Pasado los minutos todos vuelven a su historia, pero ahora ambos relatos están unidos por los mismos compases, los mismos sonidos.
Se sientan, se levantan, se mezclan y siguen sin saber uno del otro; son los mismos desconocidos, sin percatarse que ahora se conocen un poco mas, y sin saberlo. Quizás no se vuelvan a cruzar en el resto de sus vidas.
Pero en ese instante todos formaron parte del resto de ellos. ¡Que curioso! Quizás tu estuvieras ahí, quizás estuviera yo, quizás algún día nos vuelva a unir los tonos de alguna canción bajo el humo denso y el aroma a café, chocolate y licor; quizás hasta en el mismo lugar con otros humos, otras gentes, otros sonidos.
Posiblemente aún no sepa que estás, ni tu sepas que yo existo, pero ahí estás, estoy y están. Miras y todos son rostros sin nombres, sombras sin personalidad, sin sentido ni edad.
Seres con problemas propios, tonterías para los demás, banalidades para unos, proezas y luchas para otros.
Quince o veinte entes compartiendo compañía o quizás la soledad. Hablando con dureza, con tristeza, con alegría, o sólo hablando por hablar.
Gentes que no supieron, que en cuestión de dos minutos formaron parte de la vida de los demás al sentir en esos instantes las mismas sensaciones juntos, a todos nos unió las mismas notas.
Y ante tantas personas, tantas almas, tantos corazones, lo realmente milagroso es que muchas de ellas están solas. Y cuando nos encontramos solos, realmente solos frente a nosotros mismos, lo único que puede salvarnos es la esperanza.
La esperanza y la creencia en nosotros, la fe en lo que somos y en lo que podemos dar y aportar a los demás y al mundo, sí, al mundo, porque aunque seamos, o nos sintamos una gota de agua en un inmenso océano, formamos parte de él, compartimos su sal, su calma, su furia, su belleza, somos esa lágrima que queda en la roca, esa que atrapa la piel del que en él se baña.
Somos una molécula en un mar de gentes, en una ola de multitudes, en océanos con bonanza, en espuma cándida rompiendo en los arrecifes, somos la esencia del agua, la tierra del pescador.
Somos la orilla del río, la cascada del monte, el arroyo donde pescar, somos la naturaleza de las nubes, el presente de la nieve, el futuro del glaciar y el pasado del vapor.
Hoy aquí, bajo el mismo techo, bajo el cielo de este bar, sentimos al compás los sonidos de iguales melodías, nos dejamos columpiar, como lo hacen todas las olas bajo el hechizo de la misma luna.
Entonces descubriremos que no estamos solos, que estas paredes guardan historias en silencio, pero historias del mismo mundo en el que te resguardas, parecidas o iguales a las tuyas, quizás en algunas estás tú sin saberlo, porque en sí, en esencia eres parte de mucha gente, de más gente de la puedas pensar.
Eres el pasado de unas, el presente de más de las que adivinas y el futuro de quien aunque ahora solo te mira, algún día romperá su ola y la naturaleza hará que no haya otra playa sino en la que está tu orilla.
Entonces su mar será tu mar, su espuma tu espuma, su sal será tu sal, su arrecife tu coral, serán lo que siempre han sido y que les faltaba encontrar, estaban en la misma playa, en el mismo mundo y bajo el mismo compás.
Les separaba la arena, esa, que hoy les ha vuelto a juntar.